Las arquitecturas vivas de los corales albergan una rica biodiversidad, pero también habrían desempeñado, a lo largo de los tiempos geológicos, un papel central en el equilibrio climático mundial. Un estudio reciente indica que su presencia o desaparición ha marcado el ritmo de la capacidad de la Tierra para absorber los excesos de carbono atmosférico. Este mecanismo, puesto de manifiesto por un equipo internacional, esclarece las interacciones entre la vida, las rocas y el clima a escala de las eras.
Publicados en
Proceedings of the National Academy of Sciences, estos trabajos utilizan simulaciones paleoclimáticas y geológicas para rastrear la historia de los arrecifes durante 250 millones de años. Revelan que nuestro planeta ha alternado entre dos estados funcionales, dictados por la vitalidad de los arrecifes de coral en aguas poco profundas. Estos estados influían directamente en la tasa de secuestro de carbono y en la velocidad de regulación del clima después de perturbaciones importantes.
Las dos caras del ciclo del carbono marino
Cuando los arrecifes son prósperos, el carbonato de calcio se acumula en los sedimentos costeros. Este proceso atrapa carbono de manera muy estable a largo plazo, pero es relativamente lento y limita la disponibilidad de iones carbonato en mar abierto. Esto puede restringir el desarrollo del plancton calcificante en océano abierto, que es sin embargo un actor clave de la bomba biológica rápida de carbono hacia los fondos marinos.
Así, cuando la Tierra debe absorber un exceso repentino de CO₂ atmosférico (después de una erupción volcánica mayor, por ejemplo), esta configuración "con arrecifes dominantes" podría frenar la velocidad de recuperación inicial. El sistema climático tardaría entonces varios cientos de miles de años en recuperar su equilibrio, porque depende principalmente de un proceso de secuestro costero más lento.
El segundo estado aparece durante los colapsos masivos de los arrecifes, provocados por cambios tectónicos, variaciones del nivel del mar o crisis climáticas. Sin este principal sumidero costero, el carbonato se disuelve en la columna de agua. Los iones calcio y alcalinos se acumulan entonces en el océano abierto, lo que aumenta su alcalinidad y su capacidad para absorber el carbono.
Este cambio químico estimula la productividad del nanoplancton calcificante en pleno océano. La bomba biológica se reactiva entonces, acelerando la transferencia del carbono de la superficie hacia los sedimentos profundos. La recuperación climática después de una aportación masiva de carbono puede ser así más rápida, pasando a una escala de decenas de miles de años.
Un legado biológico y químico profundo
Esta alternancia de estados no solo ha influido en el clima, sino que también ha moldeado la evolución de la vida marina y la química de los océanos. Las fases de colapso arrecifal, al favorecer la exportación de nutrientes y carbonatos hacia mar adentro, han creado condiciones propicias para el auge del plancton. La expansión mayor de estos organismos en el registro fósil coincide precisamente con períodos en los que los arrecifes estaban en declive.
Los autores del estudio subrayan que estos cambios han modificado el equilibrio biogeoquímico global. El retroceso de los arrecifes en agua poco profunda ha favorecido directamente la diversificación y la eficiencia de las comunidades planctónicas en mar abierto, redibujando así las vías del ciclo del carbono.
Los arrecifes aparecen por tanto como mucho más que simples indicadores ambientales. Son actores geofísicos por derecho propio, capaces de influir en la respuesta del planeta a las perturbaciones. Su estado determina si la Tierra opera en modo de recuperación "lenta" o "rápida", un dato importante para comprender los climas del pasado. Este descubrimiento refuerza la necesidad de integrarlos plenamente en los modelos que reconstruyen la historia del clima.