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La calidad del agua es un elemento vital para los peces. En la naturaleza, los ríos, lagos o mares tienen un equilibrio químico relativamente estable. En un acuario, este equilibrio es más frágil. Un exceso de desechos orgánicos (restos de comida, excrementos, hojas muertas) provoca la acumulación de sustancias tóxicas como el amoníaco y los nitritos, invisibles a simple vista pero potencialmente mortales. Un cambio rápido en estos parámetros puede matar a un pez en pocas horas.
La temperatura también juega un papel crucial. Cada especie de pez tiene un rango de temperatura ideal. Un agua demasiado fría o demasiado caliente debilita su sistema inmunológico, haciéndolos vulnerables a enfermedades. Los cambios bruscos, por ejemplo al reemplazar el agua, pueden provocar un choque térmico.
Otros factores invisibles incluyen:
- Un pH (acidez del agua) inadecuado para la especie.
- Una oxigenación insuficiente, a menudo debido a falta de movimiento del agua o sobrepoblación.
- La presencia de metales pesados o productos químicos (provenientes a veces del agua del grifo o de limpiadores usados cerca del acuario).
- Enfermedades o parásitos introducidos por nuevos peces o plantas sin cuarentena previa.
También puede ocurrir que el problema venga de un estrés prolongado. Un acuario demasiado pequeño, un ambiente ruidoso, compañeros agresivos o una decoración inadecuada pueden agotar a los peces, debilitando su resistencia a infecciones.
Un pez que "muere sin razón" a menudo ha sido víctima de un desequilibrio invisible pero muy real. La prevención pasa por un mantenimiento regular, pruebas frecuentes del agua, una población adecuada al volumen del acuario o estanque, y condiciones estables.