🧠 ¿Por qué nuestro cerebro adora las teorías conspirativas?

Publicado por Adrien,
Fuente: Frontiers in Communication
Otros Idiomas: FR, EN, DE, PT
Cuando estalló la pandemia de COVID-19, una extraña teoría conspirativa invadió las redes sociales: las emisiones de radiofrecuencia de las antenas 5G serían responsables de la enfermedad. Esta creencia provocó más de 100 actos de vandalismo contra infraestructuras de telecomunicaciones y comportamientos agresivos hacia los trabajadores del sector.

Nuestro cerebro utiliza atajos mentales para procesar información compleja, como el sesgo de confirmación que nos impulsa a retener lo que confirma nuestras ideas preexistentes. Esta tendencia a ver intenciones maliciosas en eventos inexplicables ha alimentado históricamente injusticias, desde las cazas de brujas hasta las teorías conspirativas modernas. Estos fenómenos emergen a menudo de redes de interacciones sin que ninguna voluntad consciente los dirija.


Durante la pandemia de COVID-19, algunas personas atacaron antenas 4G y 5G creyendo erróneamente que sus emisiones causaban la enfermedad.

En los grupos, aparecen frecuentemente comportamientos extraños. La ignorancia pluralista ocurre cuando cada uno cree que los demás comprenden una situación, cuando en realidad nadie capta la verdad. El "pensamiento grupal" impulsa a los miembros a silenciar sus opiniones para preservar la armonía del grupo, incluso cuando están en desacuerdo. Estas dinámicas emergen naturalmente en ciertas condiciones y a menudo sorprenden a las autoridades.

Las redes sociales modernas aceleran la propagación de ideas extremas. Mientras que antes los rumores se difundían lentamente de pueblo en pueblo, hoy las comunidades en línea conectan instantáneamente a personas que comparten las mismas opiniones, independientemente de su ubicación geográfica. Esta conectividad permite que opiniones marginales encuentren un amplio eco y generen rápidamente comportamientos colectivos sorprendentes, como los sabotajes de antenas 5G.

Los mensajes engañosos se propagan eficazmente porque explotan nuestros sesgos cognitivos, a diferencia de la información veraz que no puede competir. Los estudios muestran que la difusión de información falsa sigue modelos epidemiológicos, con 'influenciadores' convirtiéndose en 'superpropagadores'.

La lucha contra la desinformación se enfrenta a obstáculos mayores. Los creadores de contenidos maliciosos invocan la libertad de expresión y migran entre plataformas. Las audiencias a menudo persisten en sus creencias erróneas y olvidan los contraargumentos con el tiempo. La diversidad de métodos de propagación hace la tarea particularmente ardua, creando una carrera armamentística permanente entre los difusores de falsedades y los defensores de la verdad.

Los sesgos cognitivos que distorsionan nuestra percepción


Nuestro cerebro desarrolla constantemente atajos mentales para procesar información rápidamente, un legado de nuestra evolución que nos ayuda a tomar decisiones. Estos mecanismos, aunque útiles, pueden conducirnos a errores de juicio sistemáticos.

El sesgo de confirmación nos impulsa a buscar y retener preferentemente la información que confirma nuestras creencias existentes, mientras ignoramos o minimizamos aquella que las contradice. Este fenómeno explica por qué dos personas mirando los mismos hechos pueden sacar conclusiones radicalmente diferentes.

La tendencia a atribuir intenciones maliciosas a eventos inexplicables representa otro sesgo importante. En lugar de aceptar la incertidumbre o la complejidad, nuestra mente prefiere imaginar actores ocultos o conspiraciones, lo que proporciona una sensación de control sobre situaciones que de otro modo serían desconcertantes.

Estas distorsiones cognitivas se amplifican en los entornos digitales donde los algoritmos nos exponen selectivamente a contenidos que refuerzan nuestras opiniones preexistentes, creando burbujas informativas cada vez más impermeables a los hechos contradictorios.

La dinámica de los grupos y sus efectos emergentes


Cuando los individuos se reúnen, emergen comportamientos colectivos que no pueden predecirse simplemente estudiando a los miembros aislados.

La ignorancia pluralista ilustra perfectamente esta dinámica: cada miembro del grupo supone que los demás comparten una comprensión u opinión común, cuando en realidad nadie posee esa certeza. Este malentendido colectivo puede persistir indefinidamente mientras nadie se atreva a expresar sus dudas.

El pensamiento grupal representa otro mecanismo donde la cohesión del grupo prima sobre la toma de decisiones racional. Los miembros se autocensuran sus reservas y convergen hacia una posición media, a menudo más extrema que sus opiniones individuales. Este proceso ha contribuido a catástrofes históricas como la explosión del transbordador espacial Challenger.

La polarización de grupos ocurre cuando las discusiones refuerzan las posiciones iniciales en lugar de moderarlas. Los miembros moderados tienden a unirse a las posiciones más afirmadas.