😂 ¿Qué sabemos realmente sobre las cosquillas?

Publicado por Cédric,
Autor del artículo: Cédric DEPOND
Fuente: Science Advances
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El cosquilleo sigue siendo una de las sensaciones más enigmáticas, combinando neurociencia, psicología y evolución. A pesar de siglos de reflexión, su mecanismo íntimo sigue intrigando a los científicos, revelando cuán complejo es en realidad este fenómeno aparentemente simple.


Esta reacción intrigante plantea preguntas fundamentales sobre la percepción de uno mismo y de los demás. Precisamente esto es lo que ha llevado a investigadores como Konstantina Kilteni, neurocientífica de la universidad Radboud, a explorar más a fondo este fenómeno. Sus trabajos podrían ayudarnos a entender cómo nuestro cerebro logra distinguir con tanta precisión el contacto externo del tacto voluntario.

Las dos caras del cosquilleo


Las cosquillas se dividen en dos tipos bien distintos. Por un lado, el knismesis, esa sensación provocada por un roce ligero -como el de un insecto arrastrándose sobre la piel- que desencadena escalofríos. Por otro, el gargalesis, resultado de una presión más intensa, que provoca risas y movimientos de huida característicos. Si el primero ha sido relativamente bien estudiado, el segundo, aunque más espectacular en sus manifestaciones, sigue siendo paradójicamente menos comprendido.

Esta distinción cobra todo su sentido cuando se examinan los mecanismos cerebrales implicados. Estos varían considerablemente según si el estímulo es predecible o no. Así, cuando intentamos hacernos cosquillas a nosotros mismos, nuestro cerebro, anticipando el contacto, atenúa automáticamente la sensación. Este mecanismo de auto-atenuación explica por qué una mano ajena provoca efectos mucho más marcados que nuestros propios gestos.

Estas diferencias de percepción no son triviales. Estudios revelan además que las personas con trastornos del espectro autista perciben las cosquillas más intensamente. Entender el origen de estas variaciones podría iluminarnos no solo sobre el cosquilleo en sí, sino también sobre las particularidades del procesamiento sensorial en estas condiciones.

Funciones y misterios persistentes


El origen evolutivo del cosquilleo sigue dividiendo a la comunidad científica. Varias hipótesis se enfrentan: algunos lo ven como un reflejo de protección de las zonas corporales más vulnerables, mientras otros consideran que es principalmente una herramienta para reforzar vínculos sociales, particularmente visible en las interacciones entre padres e hijos. La presencia de reacciones similares en grandes simios e incluso ratas alimenta este debate.

Las técnicas modernas de imagen cerebral han permitido identificar algunas estructuras implicadas, como el cerebelo que juega un papel clave en la supresión de sensaciones durante auto-cosquillas. Sin embargo, a pesar de estos avances, ningún estudio ha logrado aún mapear con precisión la actividad neuronal durante un episodio real de cosquilleo, dejando muchas preguntas sin respuesta.

Las investigaciones en este campo enfrentan importantes obstáculos metodológicos. La subjetividad inherente a las cosquillas manuales hace particularmente difícil establecer protocolos estandarizados. Para superar estas limitaciones, Konstantina Kilteni tuvo la idea innovadora de usar un robot estimulador. Este aparato no solo garantiza una presión perfectamente uniforme, sino que también permite analizar simultáneamente las reacciones fisiológicas y cerebrales de los participantes con una precisión sin igual.

Estos experimentos podrían marcar un punto de inflexión en nuestra comprensión del fenómeno. Al revelar los circuitos neuronales precisos implicados en el cosquilleo, también podrían arrojar nueva luz sobre algunos trastornos donde la frontera entre uno mismo y los demás se desdibuja, como la esquizofrenia o el autismo. Una pista particularmente prometedora para descifrar cómo el cerebro construye y mantiene nuestra percepción del mundo y de los demás.

Para profundizar: ¿Por qué algunas partes del cuerpo son más sensibles?


Las axilas, la planta de los pies y las costillas parecen ser las zonas más reactivas a las cosquillas, pero esta sensibilidad particular no siempre corresponde a la densidad de terminaciones nerviosas. En realidad, estas regiones comparten una característica común: raramente entran en contacto con superficies externas en la vida cotidiana, lo que podría explicar su mayor reactividad.

La teoría de la "vulnerabilidad corporal" sugiere que estas zonas corresponden a partes sensibles desde el punto de vista evolutivo. Las axilas albergan arterias importantes, mientras que la planta de los pies, en constante contacto con el suelo, requería especial vigilancia frente a peligros. Esta hipersensibilidad podría constituir entonces un mecanismo de protección ancestral.

Estudios de desarrollo muestran que la sensibilidad a las cosquillas evoluciona con la edad. Los niños, cuyo sistema nervioso está en maduración, generalmente presentan reacciones más vivas que los adultos. Esta diferencia podría reflejar tanto un aprendizaje progresivo como cambios en la plasticidad cerebral.

Curiosamente, la sensibilidad también varía según el contexto social y emocional. Un mismo estímulo provocará reacciones diferentes según provenga de un ser querido o un desconocido, sugiriendo que el cerebro integra muchos más parámetros que la simple estimulación física para generar la sensación de cosquilleo.

¿La risa provocada por cosquillas es realmente señal de placer?


La risa desencadenada por cosquillas presenta características únicas que la distinguen claramente de la risa alegre. Análisis acústicos revelan que tiene una frecuencia más alta y duración más corta, similar a una reacción refleja más que a una expresión de diversión verdadera. Esta diferencia sugiere que el cerebro procesa estos dos tipos de risa de manera distinta.

Estudios de imagen cerebral muestran que las cosquillas activan principalmente zonas relacionadas con el procesamiento sensorial y los reflejos motores, mientras que la risa espontánea involucra más regiones asociadas a emociones positivas. Interesantemente, cerca del 40% de las personas declaran no disfrutar la sensación de que les hagan cosquillas, aunque ríen a pesar de sí mismas - una paradoja que intriga a los neurocientíficos.

Esta reacción podría tener raíces evolutivas profundas. Algunos investigadores proponen que la risa por cosquillas serviría como señal de sumisión o comunicación no verbal, particularmente útil durante juegos entre padres e hijos. Este mecanismo permitiría mantener la interacción mientras señala un límite que no debe sobrepasarse.

La complejidad de esta respuesta aparece claramente en casos patológicos. Pacientes con ciertas lesiones cerebrales pueden perder la capacidad de reírse de chistes mientras conservan el reflejo de reír por cosquillas, confirmando la existencia de dos circuitos neuronales distintos. Estas observaciones abren perspectivas sobre cómo nuestro cerebro gestiona interacciones sociales y fronteras corporales.