Investigadores chinos han dado un paso hacia la autonomía energética con el diseño de una mini batería nuclear.
La posibilidad de una fuente de energía casi inagotable para misiones espaciales lejanas o entornos submarinos avanzados se está haciendo realidad progresivamente gracias a este nuevo avance tecnológico.
Desde la década de 1930, los científicos han estado explorando el potencial de las baterías nucleares. Estos dispositivos, mucho más eficientes que los sistemas tradicionales, generan energía a partir de la desintegración de isótopos radiactivos como el americio. Sin embargo, su potencia limitada ha restringido su aplicación.
La última innovación proviene de la Universidad de Soochow en China. Los investigadores han integrado un isótopo de americio-243 en un cristal polimérico, lo que permite convertir las partículas radiactivas en electricidad. De hecho, este tipo de energía tiene la particularidad de disiparse muy rápidamente. Es por eso que los investigadores utilizaron un cristal, para que absorba la energía emitida por las partículas y la convierta en luz. Esta luego se transforma en corriente eléctrica mediante una célula fotovoltaica.
Este diseño supera las prestaciones de las baterías actuales, sobre todo gracias a su longevidad. La vida media del americio-243, estimada en 7 380 años, garantiza varias décadas de uso sin necesidad de recarga. Esta vida útil extraordinaria hace que estas baterías sean ideales para las misiones espaciales.
Además, la innovación del equipo chino radica en encapsular el sistema en una celda de cuarzo ultra-compacta. Esto permite evitar la autoabsorción de las partículas emitidas, optimizando así la producción de electricidad y garantizando una estabilidad energética a largo plazo.
En 200 horas de prueba, la batería mantuvo una energía estable, con una potencia de 139 microwatts por curia. Supera con creces las versiones anteriores en términos de eficiencia y durabilidad, confirmando su potencial para aplicaciones extremas.
Finalmente, esta mini batería podría permitirnos replantearnos la forma en que alimentamos las tecnologías en los entornos más hostiles, desde la exploración espacial hasta la vigilancia de los fondos marinos.