Hace más de 500 millones de años, extrañas criaturas con cuerpos segmentados recorrían los fondos marinos. Entre ellas, los trilobites, artrópodos antiguos cuya coraza dura es bien conocida por los paleontólogos, pero cuyos miembros blandos seguían siendo en gran parte misteriosos. Gracias a las condiciones excepcionales de preservación del esquisto de Burgess en Columbia Británica, un equipo de investigadores ha podido desvelar el secreto de su locomoción estudiando Olenoides serratus, una especie abundante y notablemente conservada.
Los artrópodos, como los insectos o los crustáceos modernos, poseen patas articuladas compuestas por varios segmentos que les permiten desplazarse, excavar o agarrar alimento. Estos movimientos dependen de la amplitud de flexión y extensión de cada articulación. Para entender cómo funcionaban los miembros de los trilobites, los científicos analizaron 156 patas procedentes de 28 especímenes fósiles, utilizando técnicas de modelado 3D avanzadas para reconstruir sus movimientos precisos.
Un espécimen completo con antenas y miembros (USNM PAL 65510) y los miembros de GSC 34695a mostrando diversos grados de flexión y extensión. Crédito: Sarah R. Losso
A diferencia de las cacerolas de las Molucas, a menudo comparadas con los trilobites aunque pertenecen a una rama diferente de los artrópodos, Olenoides serratus presentaba un diseño de miembro más simple pero muy funcional. Sus patas tenían una amplitud de extensión reducida, principalmente en la parte alejada del cuerpo, lo que le permitía caminar, excavar en los sedimentos, llevar alimento hacia su boca e incluso levantar su cuerpo por encima del fondo marino para desplazarse en aguas turbulentas.
Los investigadores también descubrieron que los machos poseían apéndices especializados para el apareamiento, y que cada pata estaba equipada con una branquia para la respiración. Esta revelación añade una dimensión comportamental a nuestra comprensión de estos animales, mostrando que llevaban una vida activa. La rareza de tales detalles en los fósiles se explica por la dificultad de conservación de los tejidos blandos, que requieren condiciones muy específicas como las del esquisto de Burgess, donde deslizamientos submarinos rápidos preservaron estas estructuras delicadas.
Modelo mostrando diferentes combinaciones de flexión y extensión permitiendo al animal mantenerse erguido, excavar o llevar alimento. Crédito: Walker C. Weyland
Este estudio, publicado en BMC Biology, abre una ventana única a la vida dinámica de los océanos primitivos, revelando cómo los trilobites no solo sobrevivieron, sino que prosperaron gracias a sus miembros sofisticados. Destaca la importancia de las analogías con los animales modernos, al mismo tiempo que pone de relieve las diferencias evolutivas que moldearon el éxito de estos antiguos habitantes de los mares.
La fosilización excepcional del esquisto de Burgess
El esquisto de Burgess es un yacimiento fossilífero situado en las Montañas Rocosas canadienses, famoso por su preservación notable de los tejidos blandos de organismos de hace aproximadamente 508 millones de años. A diferencia de la mayoría de los fósiles, que solo conservan las partes duras como huesos o conchas, este yacimiento ha permitido preservar detalles finos como miembros, intestinos e incluso ojos de diversas criaturas marinas.
Esta conservación excepcional se debe a condiciones geológicas únicas: avalanchas submarinas de lodo fino enterraron rápidamente a los organismos, privándolos de oxígeno y limitando la descomposición. Este proceso, llamado conservación por obrution, atrapó a los especímenes en un estado casi intacto, ofreciendo a los científicos una visión sin precedentes de la vida durante el período cámbrico.
El esquisto de Burgess fue descubierto en 1909 por el paleontólogo Charles Walcott y desde entonces ha revelado más de 65.000 especímenes pertenecientes a más de 170 especies. Entre ellas, numerosos artrópodos primitivos, incluidos los trilobites, que dominan los conjuntos fósiles y proporcionan información sobre la evolución temprana de los animales.
Hoy en día, el yacimiento está clasificado como Patrimonio Mundial de la UNESCO y continúa siendo estudiado para entender cómo estos entornos antiguos influyeron en la biodiversidad. Las investigaciones recientes, como la de Olenoides serratus, se basan en estos fósiles para reconstruir no solo la anatomía, sino también el comportamiento y la ecología de estos organismos desaparecidos.
La evolución de los miembros en los artrópodos
Los artrópodos forman el grupo más grande de animales en la Tierra, incluyendo insectos, arácnidos, crustáceos y los extintos trilobites. Su éxito evolutivo se debe en gran medida a sus miembros articulados, que les confieren una gran adaptabilidad para desplazarse, alimentarse e interactuar con su entorno.
Estos miembros están compuestos por segmentos rígidos unidos por articulaciones flexibles, permitiendo una gama de movimientos como la flexión (movimiento hacia abajo) y la extensión (movimiento hacia arriba). La morfología de cada segmento, así como la amplitud de los movimientos, determinan la función específica de la pata, por ejemplo para caminar, nadar o la depredación.
En los trilobites como Olenoides serratus, los miembros probablemente se utilizaban para una variedad de tareas, incluyendo la locomoción sobre el fondo marino, la excavación en los sedimentos para esconderse o buscar alimento, y la manipulación de objetos. La presencia de branquias en cada pata indica también una adaptación a la respiración acuática, esencial para la vida en los océanos antiguos.
El estudio de los miembros fósiles ayuda a rastrear la historia evolutiva de los artrópodos, mostrando cómo diseños simples pudieron evolucionar hacia estructuras más especializadas en los grupos modernos. Esto ilustra la importancia de la plasticidad morfológica en la radiación adaptativa que caracterizó la explosión cámbrica, un período clave de diversificación de la vida en la Tierra.