Las polillas bogong de Australia realizan cada primavera una migración espectacular hacia las cuevas de los Alpes australianos, recorriendo hasta 1000 kilómetros sin ninguna ayuda externa. Su capacidad para navegar con precisión en la oscuridad ha intrigado durante mucho tiempo a los científicos, quienes acaban de descubrir mecanismos sorprendentes detrás de esta hazaña.
Un estudio reciente publicado en
Nature revela que estos insectos utilizan conjuntamente las estrellas y el campo magnético terrestre para orientarse. Los investigadores, dirigidos por el profesor Eric Warrant, realizaron experimentos en laboratorio simulando el cielo nocturno y el magnetismo, demostrando que las polillas cambian de dirección cuando la bóveda celeste es modificada, y se pierden cuando las estrellas son difuminadas. En ausencia de visibilidad estelar, recurren al campo magnético como sistema de respaldo.
Su cerebro, a pesar de su pequeño tamaño, logra integrar esta información para mantener una trayectoria correcta. Los científicos sospechan la implicación de proteínas sensibles a la luz, las criptocromos, que podrían desempeñar un papel en la detección magnética. Estas proteínas, presentes en los ojos de las polillas, interactuarían con la luz para crear una especie de brújula interna, aunque los mecanismos exactos quedan por dilucidar.
Las próximas investigaciones se centrarán en cómo estas polillas reconocen su destino una vez llegadas. El equipo explora pistas sensoriales, como los olores o las características del paisaje, que podrían señalar la llegada. Comprender estos procesos podría iluminar aspectos más amplios de la navegación animal e incluso inspirar tecnologías humanas.
Este descubrimiento subraya la increíble adaptabilidad de las especies migratorias frente a los desafíos ambientales. También abre perspectivas para la conservación, ya que las perturbaciones magnéticas o lumínicas, como la contaminación lumínica, podrían afectar estos viajes esenciales para su supervivencia.
Navegación por las estrellas en animales
Numerosas especies, como aves o polillas, utilizan los cuerpos celestes para orientarse durante sus migraciones. Esta capacidad, llamada astronavegación, se basa en la detección de la posición de las estrellas o de la Luna.
En las polillas bogong, los investigadores han observado que se alinean con la Vía Láctea, una banda luminosa en el cielo nocturno. A diferencia de los humanos, que necesitan instrumentos, estos insectos poseen ojos adaptados para percibir los patrones estelares incluso con baja luminosidad.
Esta forma de navegación es particularmente eficaz en noches despejadas, pero puede verse perturbada por la cobertura nubosa o la luz artificial. Los animales desarrollan a menudo sistemas de respaldo, como el campo magnético, para compensar estos imprevistos.
El estudio de estos mecanismos ayuda a comprender la evolución de los comportamientos migratorios y los impactos de los cambios ambientales en la fauna.
El campo magnético terrestre como guía
El campo magnético de la Tierra actúa como una brújula natural para diversos organismos, desde aves hasta insectos pasando por tortugas marinas. Es generado por el movimiento del hierro líquido en el núcleo terrestre y se extiende hasta el espacio.
Los animales perciben este campo gracias a estructuras especializadas, como cristales de magnetita en su cuerpo o, como se sospecha en las polillas bogong, mediante proteínas criptocromos sensibles a la luz. Estas proteínas podrían crear reacciones químicas influenciadas por la orientación magnética.
Esta sensibilidad permite a los migradores mantener una dirección constante sobre largas distancias, incluso sin referencias visuales. Es importante para la supervivencia, especialmente durante las migraciones estacionales.
Las perturbaciones humanas, como las líneas eléctricas o las actividades industriales, pueden interferir con este sentido magnético, planteando riesgos para la conservación de las especies.