La pérdida de elasticidad de los vasos sanguíneos que acompaña al envejecimiento normal se aceleraría en las mujeres tras una infección por COVID-19. En el peor de los casos, el aumento de la rigidez vascular resultante es comparable al que ocurre naturalmente en un período de 10 años, informa un equipo internacional de investigación en un estudio publicado por el
European Heart Journal.
Este equipo, del que forman parte Mohsen Agharazii y Catherine Fortier, de la Facultad de Medicina de la Universidad Laval y del Centro de Investigación del CHU de Quebec - Universidad Laval, estudió la rigidez vascular de cerca de 2100 personas repartidas en 18 países.
La muestra estaba compuesta por tres grupos de sujetos que habían tenido COVID-19: los primeros no habían sido hospitalizados (la mayoría había tenido una infección leve), los segundos habían tenido que ser hospitalizados en una unidad de cuidados regulares (infección de severidad media) y los últimos habían sido admitidos en cuidados intensivos (infección severa). Finalmente, 391 personas que nunca habían tenido COVID-19 sirvieron como grupo de control.
"Para evaluar la rigidez vascular, medimos la velocidad de propagación de la onda de pulso en la aorta, la principal arteria del cuerpo, mediante sensores instalados a nivel del cuello y del muslo", explica el profesor Agharazii. "Cuanto más rígida está la aorta, más rápidamente se propaga la onda. Como esta velocidad aumenta con la edad, podemos utilizarla para estimar la edad vascular de una persona."
El equipo de investigación midió la velocidad de la onda de pulso en los sujetos en dos ocasiones, a los 6 meses y a los 12 meses después de una infección por COVID-19. Los científicos constataron que, en las mujeres, esta velocidad era más elevada en los tres grupos que habían tenido COVID-19 que en el grupo de control. Las diferencias equivalían a un envejecimiento vascular de 5 años para los grupos con infección leve o con infección de intensidad media, y de 10 años para el grupo con infección severa. No se observó ninguna diferencia en el caso de los hombres.
¿Cómo explicar esta diferencia entre hombres y mujeres? "La respuesta inmunitaria contra las infecciones es generalmente más robusta en las mujeres. Esto permitiría una resistencia contra la infección, pero esta hiperactivación inmunitaria podría generar más inflamación y dañar más severamente los vasos sanguíneos", sugiere la profesora Fortier.
Los receptores a los que se fija el SARS-CoV-2 para infectar las células son abundantes en las células de la pared interior de los vasos sanguíneos. "Incluso una vez resuelta la infección, pueden quedar cicatrices que afecten la rigidez vascular. Esto puede conducir a una sobrecarga del trabajo cardíaco y a una presión sanguínea más elevada que puede afectar al corazón, el cerebro y los riñones", explica el profesor Agharazii.
Doce meses después de la infección, la rigidez vascular media de las mujeres que habían tenido COVID-19 no había vuelto a descender al nivel del grupo de control. "No sabemos si la rigidez vascular inducida por la infección es permanente, pero ciertos hábitos de vida como la práctica frecuente de actividades físicas, una alimentación equilibrada y la toma de la medicación prescrita -especialmente para la hipertensión- pueden ayudar a reducir los riesgos asociados", recuerda la profesora Fortier.
Una buena parte de la población ha tenido al menos un episodio de COVID-19, lo que significa que mucha gente puede verse afectada por este aumento de la rigidez vascular. "El hecho de haber tenido COVID-19 debería tenerse en cuenta, al igual que la hipertensión arterial, la diabetes, el nivel de colesterol o los hábitos de vida, cuando se evalúa el riesgo cardiovascular de una mujer. Es un factor de riesgo adicional que debe contabilizarse en la ecuación", concluye el profesor Agharazii.
El estudio que firman conjuntamente los profesores
Mohsen Agharazii y
Catherine Fortier en el
European Heart Journal fue dirigido por Rosa Maria Bruno, de la Universidad Paris Cité.