La búsqueda de vida extraterrestre oscila entre la esperanza y el escepticismo. Un reciente estudio menciona indicios prometedores en una exoplaneta lejana, reavivando el debate.
El caso de la exoplaneta K2-18 b es excepcional. Investigadores que utilizan datos del telescopio espacial James Webb (JWST) anunciaron la detección de varios gases en su atmósfera: metano, dióxido de carbono, pero sobre todo dos compuestos intrigantes, el sulfuro de dimetilo (DMS) y el disulfuro de dimetilo (DMDS). Hasta la fecha, en la Tierra, estas moléculas son producidas exclusivamente por organismos vivos.
Si su presencia en cantidades significativas se confirma, esto podría indicar la existencia de vida, al menos microbiana. Los científicos estiman en un 99,4 % la probabilidad de que esta detección no se deba al azar. Con observaciones adicionales, esta cifra podría alcanzar el umbral de referencia en ciencia, conocido como "cinco sigma", es decir, una posibilidad entre un millón de que los resultados sean producto de una fluctuación aleatoria.
Sin embargo, precaución. Con cada anuncio de una posible biofirma detectada en la atmósfera de una exoplaneta, la atención del público se reaviva. No obstante, los especialistas insisten: solo una acumulación rigurosa de datos puede respaldar tal afirmación. Esta exigencia de verificación no solo concierne a la astrobiología. Es el fundamento mismo del método científico, como la historia de las ciencias lo ha demostrado a menudo.
Ejemplos célebres como la tectónica de placas o las primeras leyes de la gravitación tardaron décadas en ser aceptados. Las señales detectadas hoy en algunas exoplanetas – como el metano o el sulfuro de dimetilo, a veces asociados a procesos biológicos – siguen el mismo camino de análisis, validación y, en ocasiones, cuestionamiento.
Los datos provienen de instrumentos de vanguardia como el telescopio espacial James Webb, capaz de analizar la composición de las atmósferas planetarias mediante espectroscopía de tránsito. Pero estos análisis, aunque precisos, se basan en modelos. Las incertidumbres sobre las condiciones atmosféricas exactas hacen que cualquier interpretación siga siendo frágil.
El meteorito ALH84001, descubierto en la Antártida en 1984, generó debates sobre la posibilidad de vida marciana. Crédito: NASA
El estudio del cambio climático terrestre ofrece un paralelismo útil: la distinción entre detección y atribución. En la Tierra, el origen antropogénico del calentamiento global está sólidamente establecido por datos convergentes. En el caso de las exoplanetas, las detecciones son aún demasiado aisladas, y la interpretación de las señales sigue siendo objeto de debate.
¿Cómo detectan los científicos signos de vida en las exoplanetas?
La herramienta principal es la espectroscopía, que consiste en analizar la luz de las estrellas cuando atraviesa la atmósfera de una exoplaneta. Algunas longitudes de onda son absorbidas por moléculas específicas, lo que permite identificar su presencia a distancia.
Gases como el ozono, el metano o ciertos compuestos sulfurados se consideran posibles biofirmas. Pero su presencia también puede deberse a procesos abióticos. Por eso, la confirmación cruzada mediante varios instrumentos o métodos es indispensable.
Por ahora, esta espectroscopía sigue siendo un método indirecto. No existe aún ningún medio técnico que permita enviar una sonda a una exoplaneta situada a decenas o cientos de años luz para analizar directamente su atmósfera o superficie.
¿Por qué es necesaria la prudencia en la búsqueda de vida extraterrestre?
El impacto de un anuncio sobre vida extraterrestre sería inmenso. Por ello, la comunidad científica no puede permitirse ninguna aproximación. Varios casos pasados, como la controvertida detección de fosfina en Venus o el análisis del meteorito ALH84001, han demostrado cuán rápido pueden derrumbarse las interpretaciones apresuradas ante un análisis más profundo.
Las exoplanetas son, por definición, lejanas, y los datos disponibles son limitados. El riesgo de error de interpretación es aún mayor dado que la propia noción de "vida" podría abarcar formas muy diferentes de lo que conocemos en la Tierra.
La investigación continúa, impulsada por instrumentos cada vez más avanzados y una voluntad colectiva de rigor. En este campo, la prudencia no es sinónimo de escepticismo, sino de seriedad.