En los antepasados de los perros domésticos, que vivían en estado salvaje, dar vueltas servía principalmente para aplanar la vegetación o preparar un espacio de descanso más cómodo. Este movimiento también podía ayudar a detectar posibles peligros ocultos en la hierba alta o el suelo, como serpientes o insectos.
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Este comportamiento también respondía a una necesidad de termorregulación. Al girar, el animal podía ajustar su posición respecto al viento, el sol o la sombra para conservar el calor corporal o, por el contrario, mantenerse fresco. En climas fríos, excavar ligeramente el suelo y enrollarse en forma de bola permitía retener mejor el calor.
Otro aspecto importante de este ritual está relacionado con la seguridad. Dar vueltas sobre sí mismo le daba al perro una mejor vista y un mejor olfato de su entorno antes de acomodarse en una posición vulnerable para dormir. Aunque los perros domésticos actuales viven en un entorno seguro, este instinto sigue profundamente arraigado en su comportamiento.
Hoy en día, en un sofá o en una cama, dar vueltas también les ayuda a encontrar la posición más cómoda, al igual que los humanos ajustamos la almohada o la manta antes de dormir.
Así, este comportamiento, heredado de miles de generaciones de vida salvaje, es una mezcla de instinto, comodidad y supervivencia. Aunque ya no es vital en nuestros hogares modernos, sigue siendo un gesto natural y universal en los perros.